domingo, 13 de abril de 2008

Descripción literaria - La Invención de Morel, Adolfo Bioy Casares

"En la parte alta de la isla, que tiene cuatro barrancas pastosas (hay rocas en las barrancas del oeste), están el museo, la capilla, la pileta de natación. Las tres construcciones son modernas, angulares, lisas, de piedra sin pulir. La piedra, como tantas veces, parece una mala imitación y no armoniza perfectamente con el estilo.
La capilla es una caja oblonga, chata (esto la hace parecer muy larga). La pileta de natación está bien contruída, pero, como no excede el nivel del suelo, inevitablemente se llena de víboras, sapos, escuerzos e insectos acuáticos. El museo es un edificio grande, de tres pisos, sin techo visible, con un corredor al frente y otro más chico atrás, con una torre cilíndrica.
(...)
En el hall, las paredes son de mármol rosa, con algunos listones verdes, como columnas hundidas. Las ventanas, con sus vidrios azules, alcanzarían al piso alto de mi casa natal. Cuatro cálices de alabastro, en que podrían esconderse cuatro medias docenas de hombres, irradian luz eléctrica. Los libros mejoran un poco la decoración. Una puerta da al corredor; otra al salón redondo; otra, ínfima, tapada por un biombo, a la escalera de caracol.
En el corredor está la escalera principal, de estuco y alfombrada. Hay sillas de paja, y las paredes están cubiertas de libros.
El comedor es de unos dieciséis metros por doce. Arriba de triples columnas de caoba, en cada pared, hay terrazas que son como palcos para cuatro divinidades sentadas - una en cada palco -, semiindias, semiegipcias, ocres, de terracota; son tres y prominentes, de plantas de yeso. Abajo de las terrazas hay grandes paneles con dibujos de Fuyita, que desentonan (por humildes).
El piso del salón redondo es un acuario. En invisibles cajas de vidrio, en el agua, hay lámparas eléctricas (la única iluminación de ese cuarto sin ventanas). Recuerdo el lugar con asco. A mi llegada había centenares de peces muertos: sacarlos, fue una operación horripilante; he dejado correr agua, días y días, pero siempre tomo allí olor a pescado podrido (que sugiere las playas de la patria, con sus turbios de multitud de peces, vivos y muertos, saltando de las aguas e infectando vastísimas zonas de aire, mientras los abrumados pobladores los entierran). Con el piso iluminado y las columnas de laca negra que lo rodean, en ese cuarto uno se imagina caminando mágicamente sobre un estanque, en medio de un bosque. Por dos aberturas da al hall y a una sala chica, verde, con un piano, un fonógrafo y un biombo de espejos, que tiene veinte hojas, o más.
Las habitaciones son modernas, suntuosas, desagradables. Hay quince departamentos. En el mío una obra devastadora, que dio poco resultado. No tuve más cuadros - de Picasso - , ni cristales ahumados, no forros con valiosas firmas, pero viví en una ruina incómoda."

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